miércoles, 6 de febrero de 2013

De la hegemonía al liderazgo. La posición de EEUU en el concierto internacional


            

En un muy conocido ensayo publicado en 2007 en la revista Foreign Affairs, el entonces aspirante a Presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama, dijo que la guerra de Irak había sido un error y que el momento de liderazgo de su país no había finalizado pero que debía ser trazado de nuevo.
Renovar el liderazgo militar, diplomático y moral para confrontar nuevas amenazas y capitalizar nuevas oportunidades fue el mensaje de aquel candidato. La frase “America cannot meet this century´s challenges alone; the world cannot meet them without America” fue el canto de sirena de aquel singular dirigente demócrata que atrajo con estas palabras de multilateralismo y soft power la mirada amable no sólo de muchos de sus conciudadanos sino también  del resto del mundo.
Este mundo que quiso tomarse un descanso de tanto lenguaje de la fuerza, del realismo, de la guerra preventiva de Bush, de la lógica del poder militar. Obama cayó como anillo al dedo para tales anhelos. De hecho, su imagen positiva internacional trepó a porcentajes muy elevados, emergiendo como la esperanza de un mundo más igualitario, democrático y multilateral.
No obstante, no todo ha sido cambio y muchos de quienes lo apoyaban se han visto decepcionados por el mantenimiento de líneas duras como la lenta finalización de la guerra en Afganistán e Irak, el mantenimiento de más de 800 bases militares en distintas partes del globo, el gasto militar que sigue siendo elevado y que se aproxima a los 800 mil millones de dólares; la utilización de  aviones no tripulados (drones) que ya tienen sangre civil bajo sus alas; la promesa no cumplida de cerrar Guantánamo; entre otras cuestiones.
En un artículo en Le Monde, el analista Juan Tokatlian habla de multilateralismo acotado. En otro artículo de Foreign Affairs Martin Indyk dice que el Presidente se debate entre una retórica y deseo de cambio por un lado y, por otro, un instinto por gobernar pragmáticamente. Progresista cuando ha sido posible, pragmático cuando ha sido necesario, podría ser el título de sus cuatro años en la Casa Blanca.
Lo que parece claro es que el dominio de EEUU sigue vigente, pero se encuentra en proceso de reestructuración. Desde Bush a Obama se pasó de un hard power a un soft power, siguiendo la conceptualización de Nye.  En este posible segundo mandato de Obama, la Casa Blanca busca pasar desde el soft power al smart power, una suerte de combinación de los anteriores conceptos también desarrollado por Joseph Nye.
En este marco, la tesis principal del presente ensayo es que EEUU está realizando tal transición y que, en ese proceso, busca re-estructurar los equilibrios con el resto del mundo, incluida Latino América, en tres aspectos: económico, militar e ideológico-político.
Respecto a la primera cuestión, más allá de que es innegable un crecimiento de la participación en el comercio y la economía mundial de países como China, India y Brasil que motorizan transformaciones de relevancia; la primera potencia del mundo mantiene su liderazgo y está logrando paulatinamente reducir su tasa de desempleo (aún en un elevado 7,8%) y reactivar su industria.
China es quien le pisa los talones en cuanto potencia económica y con el cual emprende cada tanto batallas comerciales debido a la introducción de productos asiáticos en el mercado estadounidense. Los países emergentes desafían a EEUU en el ámbito económico solicitando reformas en organismos como el FMI o realizando una especie de financiación del desarrollo paralela a la del Banco Mundial, como la que efectúa el Banco de Desarrollo Chino. Los países en desarrollo también desafían a la potencia norteamericana a través de un comercio entre ellos que ha hecho disminuir la relevancia de la producción de EEUU como origen de importaciones respecto a la de China.
Pero esta China pujante y en crecimiento no posee y, al menos hasta el momento, no parece estar interesada en poseer un poderío militar con el cual hacerle frente a EEUU. Esta es la segunda cuestión en relevancia.
El Presidente Obama dijo orgulloso en el debate de esta semana ante su contendiente Mitt Romney, que el gasto militar de su país supera al gasto sumado de los diez países que le siguen en la lista.
Sin embargo, aún con este poder, el gobierno norteamericano no ha buscado ejercer una hegemonía unilateral como la que ejerció su antecesor sino que ha tratado de apartarse de la política de guerra preventiva buscando una manera decorosa de salirse de Irak y Afganistán, tratando de negociar con Irán e interviniendo en el conflicto de Libia y, posiblemente, Siria a través de organismos multilaterales. Es importante no confundir este cambio en la estrategia de abordaje de la seguridad global con debilidad.
EEUU está más limitado desde el consenso perdido por la frustrada guerra en Irak donde, supuestamente, había armas de destrucción masiva. También el hecho de haber optado por un camino de multilateralismo, le pone un cierto corsé al Presidente, quien debe respetar por ejemplo el veto de Rusia y China para una intervención armada del Consejo de Seguridad en Siria. La crisis económico-financiera que lo aqueja también le pone límites a sus ambiciones como comisario mundial.
Por un lado, la Administración Obama parece estar dispuesta a performar un nuevo orden mundial liberal y democrático con EEUU liderando pero compartiendo responsabilidades y cargas con otros cuando sea posible y necesario. Por el otro, China aún se ve como un país en desarrollo cuya prioridad es hacer crecer su economía y no hacerse cargo de obligaciones globales.
Por último, el tercer aspecto tiene que ver con que si bien la estrella de esperanza que significó Obama en 2008 se observa algo deslucida en la actualidad, aún sigue siendo un Presidente con altos porcentajes de imagen positiva y de intención de voto. Según Gallup, si el mundo votara en la elección americana, cuatro de cada cinco ciudadanos lo haría por el demócrata. Es cierto que se trata de un ejercicio hipotético y ajeno a la realidad, por lo cual podemos desconfiar de si esto realmente sucedería de esta manera. Pero no puede negarse que el Presidente norteamericano ha logrado encarnar valores más atractivos que los que encarnaba George Bush y ha logrado mostrar una cara diferente de la potencia.
Obama se ha acercado al mundo árabe, destacándose aquel famoso discurso en la Universidad del Cairo, en el cual diferenció claramente al mundo musulmán de la pequeña minoría de terroristas. A pesar de que Obama no cosecha tantas adhesiones, como hace cuatro años, ni sueños de un mundo más pacífico y libre, si permanece como un líder cuyos valores, los que declama de manera más enfática (multilateralismo, democracia, libertad), son aceptados y compartidos por muchos habitantes del orbe. Ganar la batalla cultural, la de los valores, implica obtener un triunfo en el plano abstracto que sustenta las ambiciones materiales.
Oscar Oszlak nos diría que es algo similar a la penetración ideológica realizada por el Estado argentino en su proceso de formación. Guillermo O´Donnell nos diría que se trata de convencer de que hay un Estado “para la Nación”, que genera identificación de parte de sus ciudadanos. Gramsci nos hablaría de hegemonía, como el momento ético o cultural y superestructural que opera como tamiz de la determinación económica ejercida por la estructura. En fin, se trata del ejercicio de un poder que apunta a los valores y a la ideología que propugna la administración Obama.
Estos tres aspectos están correlacionados con lo que sucede en nuestra región. Ya desde antes de la llegada de Obama a la Casa Blanca, en nuestro país le dijimos no al ALCA que pretendía instaurar el Presidente Bush. También ya desde inicio de la década, comenzábamos a posicionarnos como un bloque con grandes potencialidades en lo económico, sobre todo a causa de nuestros productos primarios cuyos precios iban en aumento.
Antes de este ejercicio multilateral estadounidense, Argentina ya había superado la crisis, cancelado su deuda, disminuido su desempleo e implementado programas sociales, disminuyendo los altos índices de pobreza heredados de la década de los ´90. Brasil había hecho otro tanto y Venezuela pudo abortar un golpe de estado que pretendía obturar los cambios que Chávez había comenzado a realizar.
Desde lo militar los avances refieren a la mayor coordinación y cooperación que existe a nivel Mercosur y Unasur. Asimismo, existen proyectos de acercamiento e intercambio de experiencias con las FFAA chilenas. Hemos planteado con énfasis nuestras quejas por la militarización del Atlántico Sur.
En lo referido a la ideología y a la cultura, hemos visto que en los últimos años ha surgido una mayor retórica y vínculos fuertes a favor de una visión latinoamericanista. Desde think tanks, Universidades, políticas, hasta el vecino de a pie, miran con más atención lo que sucede en Brasil, Venezuela o Uruguay. Esa mirada argentina tan obnubilada por Londres, París o Miami, pareciera ahora estar dirigiéndose más hacia aquellos países con los cuales tenemos más en común.
Es difícil pronosticar el desenlace de esta historia; pero no es complejo aseverar que tanto en lo político-ideológico, económico-comercial y militar la región se encuentra en posiciones de mayor autonomía en los últimos años y que esto tiene mucho que ver con ese aparente declive, multilateralismo o smart power ejercido desde el Despacho Oval pero también con el surgimiento de nuevos liderazgos en el progresismo latinoamericano. Este proceso de re-estructuración no estará ajeno de conflictos, no obstante el hegemon necesita no solo de sus bases militares y de su fuerte PBI sino también de una legitimidad que solo se la podrá dar un mundo más multilateral e igualitario en el que nuestra región cada día debería ir aumentando su incidencia.

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